En el corazón del sur de Siria, a pocos kilómetros de la frontera con Jordania, hay una ciudad donde las palabras «arepa», «mamá» y «chamo» se entrelazan con el árabe en medio de una calma tensa, los apagones y una escasez que marca el día a día. Es Sueida (As-Suwayda) un lugar donde podemos encontrar a los drusos, una comunidad minoritaria con raíces profundas tanto en Siria como en Venezuela. Hoy, cerca del 20% de su población tiene ascendencia venezolana, según la BBC. En este rincón atravesado por el recuerdo reciente de una masacre y la memoria compartida de dos mundos, ha cobrado fuerza un apodo que ya se pronuncia con más nostalgia: ‘la pequeña Venezuela’.Dos banderas, una misma raízLa conexión entre Sueida y Venezuela no es nueva. La migración árabe hacia Venezuela comenzó a finales del siglo XIX , con olas de emigrantes del entonces Imperio Otomano. Muchos eran drusos sirios, que hicieron del país sudamericano su nuevo hogar. Décadas después, sus descendientes comenzaron a hacer el camino inverso: regresar a la tierra de sus antepasados.Algunos lo hicieron por arraigo, otros por necesidad. Lo cierto es que miles de venezolanos establecieron su vida en Sueida, llevando consigo su idioma, su gastronomía, sus costumbres… y un pedazo de su país natal.Noticias relacionadas ¿Cuál es la verdadera capacidad militar de Venezuela hoy? Alexia Columba Jerez EE.UU. y Venezuela: las claves del nuevo choque entre Trump y Maduro alexia columba jerez. «Aunque solo sea el último día de mi vida quiero regresar a Venezuela. Es una cosa que está en mi sangre », cuenta a ABC Carmelinda Y-Rouslan, nacida en Carora. Vive en Sueida desde 1979, cuando su madre decidió mudarse tras la muerte de su padre. A sus 60 años, regenta una tienda de artesanía textil y mantiene vivo el vínculo con su país de origen.Carmelinda (la cuarta por la izquierda) junto a otras mujeres con las que ha organizado talleres de artesanía textil cortesía de carmelinda Y-rouslanArepas, español y celebraciones caribeñasLo extraordinario de este lugar no es solo la presencia de venezolanos, sino la vigencia de sus tradiciones. «En Sueida celebramos el Día del Niño y el Día del Padre, cosas que en el resto de Siria no existen . Y cuando llega el 5 de julio, el Día de la Independencia venezolana, hacemos arepas con harina pan y compartimos entre todos», relata Carmelinda.Una ingeniera drusa de 39 años, nacida en Venezuela y residente en Sueida desde la adolescencia, prefiere mantenerse en el anonimato por seguridad. Confirma a ABC esa fusión cultural. «Estoy viviendo en Sueida porque mis abuelos son de aquí. Cuando llegué continué mi educación, me casé y tuve hijas aquí», señala. «Aquí caminas por la calle hablando español y es muy común que alguien te conteste en español también. Incluso los sirios que nunca han ido a Venezuela entienden algunas palabras en español». La influencia está en todo: en la comida, la música, la forma de hablar. Antes había restaurantes que hacían arepas y empanadas, ahora la gente las hace en casa y son conocidas por los sirios», describe.«Cosas terribles han pasado en Sweida»Pero detrás de esta convivencia única también se esconde un drama humano. La violencia se ha intensificado en Sueida especialmente desde julio, cuando estalló un enfrentamiento entre drusos y beduinos . Según la Red Siria de Derechos Humanos, más de mil personas murieron en el enfrentamiento. Otros organismos internacionales, como Observatorio Sirio para los Derechos Humanos elevan la cifra a 1.600, incluyendo civiles, en masacres ya documentadas.«Los venezolanos de Sueida somos muy dinámicos, abiertos. A mí me gusta encontrar nuevos intereses y conocer a nuevas personas. Trato indistintamente a personas de diversas religiones o etnias», aclara Carmelinda. Pero añade que « cosas terribles han pasado en Sueida . Gente que ha muerto en sus casas, en las calles y la gente sigue en shock». No hay trabajo, no se puede estudiar. Todo está parado. Nunca pensamos en preguntar quién eres tú, cuál es tu religión«. Ahora cualquiera puede ser un enemigo y te cortan la cabeza». Población desplzada que camina por los caminos de Sueida tras los conflictos de julio reutersLa comunidad venezolana de Sueida ha estrechado sus lazos con esta crisis, pero se enfrenta a la incertidumbre. La ingeniera relata que la autopista de Damasco, en la zona de Sueida, era conocido por los secuestros. Normalmente si se secuestraba a un druso, la otra parte a su vez raptaba a un beduino para forzar un intercambio. «Pero en julio, en vez de intercambiar a los secuestrados, los beduinos comenzaron a atacar y lanzar bombas. El conflicto escaló, vino gente con tijeras en las manos, además de mucho armamento. ¿Tijeras para qué? Para cortarle los bigotes a los drusos. Y eso significa cortarle la dignidad», denuncia.«No elegimos esta vida»La ciudad está paralizada. «No tenemos electricidad, no hay agua, gasolina ni medicinas. Hay casas destruidas y la gente vive día a día sin saber lo que pasará. Cada noche nos preguntamos si habrá un mañana», lamenta Carmelinda. Muchas familias con raíces venezolanas han optado por regresar.Las que se quedan, como ella, resisten como pueden: organizando talleres de manualidades , cocinando, aunque apenas hay comida o repartiendo ropa. «No elegimos esta vida, la gente de aquí eran mayormente campesinos con una vida simple. Dios nos hizo humanos. Todos somos hijos de Dios, no importa la religión de cada uno», afirma con una serenidad contenida. «Y la pregunta es cómo vamos a pasar el invierno, porque aquí llega a los 5 grados bajo cero ».Mujeres haciendo manualidades en el talle de Suieda para mantener su salud mental en medio de un conflicto cortesía de carmelindaLa ingeniera venezolana también ha vivido el horror de cerca: « Vi caer un mortero frente a mi casa. Tengo tres niños que oyen un bombardeo, ya que todos los días se rompe la tregua» Su relato incluye amigos asesinados, pueblos quemados y desplazamientos forzados: «Yo quiero salir de aquí. Ya no puedo seguir viviendo con este miedo».Carmelinda relata que han violado a muchas mujeres y que sus vecinos acuden a su casa para resguardarse. «Pasé una semana encerrada con los vecinos, tenemos tiros en las paredes y tememos usar velas por si ven la luz desde fuera ». «Una madre y dos hijos los mataron en su casa. Llamaron al marido para tomar café y cuando volvió se encontró a su familia muerta. Sus asesinos estaban riendo en el salón justificando que eran de otra religión», añade.Un puente rotoLa crisis económica y política también ha cortado los lazos de ayuda entre Siria y Venezuela. Las remesas que antes enviaban hijos y familiares desde Sudamérica, ahora casi no llegan o lo hacen con retraso. La inflación y las dificultades para transferir dinero han agravado la desesperación.«Mi madre tiene diabetes y no hay insulina. No puedo dejarla, aunque me ofrecieron volver a Venezuela», resume Carmelinda. «Yo tengo un jardín con manzanas, y ahora ni siquiera hay agua potable». Cuenta que una amiga perdió a su familia —dos hijos y un nieto— en un ataque. Solo ella sobrevivió y regresó a Venezuela. «Pero quienes volvieron aún siguen reviviendo ese terror», afirma.Entre dos mundos… y sin tierra firmePese a todo, ambas entrevistadas siguen considerando a Venezuela su otro hogar. «Cuando regrese, lo primero que haré será besar la tierra», dice Carmelinda, que sueña con volver aunque no tenga familia directa allí. La ingeniera, por su parte, destaca los valores compartidos entre ambos pueblos: la dignidad, la alegría, la honestidad. «Los drusos venezolanos son gente trabajadora, fuerte. Se ha creado así un toque muy especial».Sueida, la ciudad que alguna vez fue símbolo de reencuentro entre culturas, hoy es un lugar fracturado. Sin embargo, incluso entre el miedo y la incertidumbre, la comunidad venezolana mantiene viva la esperanza —y la identidad— como forma de resistencia.MÁS Revelan un sistema de la CIA para inutilizar barcos que Trump quiso usar contra Venezuela ¿Cuál será el futuro de Siria? Quiénes mueven los hilos y las claves que pueden pasarse por alto: «No nos equivoquemos…» La niña del napalm: «No quiero que me vean como una víctima, sino como una mujer de paz» El pueblo ‘adicto’ a la Coca-Cola donde hasta los bebés la beben: ¿cuál es el verdadero problema que la mayoría no ve? Sudán, una catástrofe silenciosa en el corazón de las tinieblas: «No he visto nada igual en mi vida» «Riñón a la venta», el único país del mundo donde está permitido un mercado legal de órganos«No hago grandes acciones, pero cuando la gente sabe que hay alguien que ayuda, eso ya conforta. La paz empieza con pequeñas cosas», dice Carmelinda. Una pequeña gran verdad, desde esta esquina de Siria que aún guarda sabor a arepa.
En el corazón del sur de Siria, a pocos kilómetros de la frontera con Jordania, hay una ciudad donde las palabras «arepa», «mamá» y «chamo» se entrelazan con el árabe en medio de una calma tensa, los apagones y una escasez que marca el día … a día. Es Sueida (As-Suwayda), capital espiritual de los drusos, una comunidad minoritaria con raíces profundas tanto en Siria como en Venezuela. Hoy, cerca del 20% de su población tiene ascendencia venezolana, según la BBC. En este rincón atravesado por el recuerdo reciente de una masacre y la memoria compartida de dos mundos, ha cobrado fuerza un apodo que ya se pronuncia con más nostalgia: ‘la pequeña Venezuela’.
Dos banderas, una misma raíz
La conexión entre Sueida y Venezuela no es nueva. La migración árabe hacia Venezuela comenzó a finales del siglo XIX, con olas de emigrantes del entonces Imperio Otomano. Muchos eran drusos sirios, que hicieron del país sudamericano su nuevo hogar. Décadas después, sus descendientes comenzaron a hacer el camino inverso: regresar a la tierra de sus antepasados.
Algunos lo hicieron por arraigo, otros por necesidad. Lo cierto es que miles de venezolanos establecieron su vida en Sueida, llevando consigo su idioma, su gastronomía, sus costumbres… y un pedazo de su país natal.
«Aunque solo sea el último día de mi vida quiero regresar a Venezuela. Es una cosa que está en mi sangre», cuenta a ABC Carmelinda Y-Rouslan, nacida en Carora. Vive en Sueida desde 1979, cuando su madre decidió mudarse tras la muerte de su padre. A sus 60 años, regenta una tienda de artesanía textil y mantiene vivo el vínculo con su país de origen.
cortesía de carmelinda Y-rouslan
Arepas, español y celebraciones caribeñas
Lo extraordinario de este lugar no es solo la presencia de venezolanos, sino la vigencia de sus tradiciones. «En Sueida celebramos el Día del Niño y el Día del Padre, cosas que en el resto de Siria no existen. Y cuando llega el 5 de julio, el Día de la Independencia venezolana, hacemos arepas con harina pan y compartimos entre todos», relata Carmelinda.
Una ingeniera drusa de 39 años, nacida en Venezuela y residente en Sueida desde la adolescencia, prefiere mantenerse en el anonimato por seguridad. Confirma a ABC esa fusión cultural. «Estoy viviendo en Sueida porque mis abuelos son de aquí. Cuando llegué continué mi educación, me casé y tuve hijas aquí», señala.
«Aquí caminas por la calle hablando español y es muy común que alguien te conteste en español también. Incluso los sirios que nunca han ido a Venezuela entienden algunas palabras en español». La influencia está en todo: en la comida, la música, la forma de hablar. Antes había restaurantes que hacían arepas y empanadas, ahora la gente las hace en casa y son conocidas por los sirios», describe.
«Cosas terribles han pasado en Sweida»
Pero detrás de esta convivencia única también se esconde un drama humano. La violencia se ha intensificado en Sueida especialmente desde julio, cuando estalló un enfrentamiento entre drusos y beduinos. Según la Red Siria de Derechos Humanos, más de mil personas murieron en el enfrentamiento. Otros organismos internacionales, como Observatorio Sirio para los Derechos Humanos elevan la cifra a 1.600, incluyendo civiles, en masacres ya documentadas.
«Los venezolanos de Sueida somos muy dinámicos, abiertos. A mí me gusta encontrar nuevos intereses y conocer a nuevas personas. Trato indistintamente a personas de diversas religiones o etnias», aclara Carmelinda. Pero añade que «cosas terribles han pasado en Sueida. Gente que ha muerto en sus casas, en las calles y la gente sigue en shock». No hay trabajo, no se puede estudiar. Todo está parado. Nunca pensamos en preguntar quién eres tú, cuál es tu religión«. Ahora cualquiera puede ser un enemigo y te cortan la cabeza».
reuters
La comunidad venezolana de Sueida ha estrechado sus lazos con esta crisis, pero se enfrenta a la incertidumbre. La ingeniera relata que la autopista de Damasco, en la zona de Sueida, era conocido por los secuestros. Normalmente si se secuestraba a un druso, la otra parte a su vez raptaba a un beduino para forzar un intercambio. «Pero en julio, en vez de intercambiar a los secuestrados, los beduinos comenzaron a atacar y lanzar bombas. El conflicto escaló, vino gente con tijeras en las manos, además de mucho armamento. ¿Tijeras para qué? Para cortarle los bigotes a los drusos. Y eso significa cortarle la dignidad», denuncia.
«No elegimos esta vida»
La ciudad está paralizada. «No tenemos electricidad, no hay agua, gasolina ni medicinas. Hay casas destruidas y la gente vive día a día sin saber lo que pasará. Cada noche nos preguntamos si habrá un mañana», lamenta Carmelinda. Muchas familias con raíces venezolanas han optado por regresar.
Las que se quedan, como ella, resisten como pueden: organizando talleres de manualidades , cocinando, aunque apenas hay comida o repartiendo ropa. «No elegimos esta vida, la gente de aquí eran mayormente campesinos con una vida simple. Dios nos hizo humanos. Todos somos hijos de Dios, no importa la religión de cada uno», afirma con una serenidad contenida. «Y la pregunta es cómo vamos a pasar el invierno, porque aquí llega a los 5 grados bajo cero».
cortesía de carmelinda
La ingeniera venezolana también ha vivido el horror de cerca: «Vi caer un mortero frente a mi casa. Tengo tres niños que oyen un bombardeo, ya que todos los días se rompe la tregua» Su relato incluye amigos asesinados, pueblos quemados y desplazamientos forzados: «Yo quiero salir de aquí. Ya no puedo seguir viviendo con este miedo».
Carmelinda relata que han violado a muchas mujeres y que sus vecinos acuden a su casa para resguardarse. «Pasé una semana encerrada con los vecinos, tenemos tiros en las paredes y tememos usar velas por si ven la luz desde fuera». «Una madre y dos hijos los mataron en su casa. Llamaron al marido para tomar café y cuando volvió se encontró a su familia muerta. Sus asesinos estaban riendo en el salón justificando que eran de otra religión», añade.
Un puente roto
La crisis económica y política también ha cortado los lazos de ayuda entre Siria y Venezuela. Las remesas que antes enviaban hijos y familiares desde Sudamérica, ahora casi no llegan o lo hacen con retraso. La inflación y las dificultades para transferir dinero han agravado la desesperación.
«Mi madre tiene diabetes y no hay insulina. No puedo dejarla, aunque me ofrecieron volver a Venezuela», resume Carmelinda. «Yo tengo un jardín con manzanas, y ahora ni siquiera hay agua potable». Cuenta que una amiga perdió a su familia —dos hijos y un nieto— en un ataque. Solo ella sobrevivió y regresó a Venezuela. «Pero quienes volvieron aún siguen reviviendo ese terror», afirma.
Entre dos mundos… y sin tierra firme
Pese a todo, ambas entrevistadas siguen considerando a Venezuela su otro hogar. «Cuando regrese, lo primero que haré será besar la tierra», dice Carmelinda, que sueña con volver aunque no tenga familia directa allí. La ingeniera, por su parte, destaca los valores compartidos entre ambos pueblos: la dignidad, la alegría, la honestidad. «Los drusos venezolanos son gente trabajadora, fuerte. Se ha creado así un toque muy especial».
Sueida, la ciudad que alguna vez fue símbolo de reencuentro entre culturas, hoy es un lugar fracturado. Sin embargo, incluso entre el miedo y la incertidumbre, la comunidad venezolana mantiene viva la esperanza —y la identidad— como forma de resistencia.
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«No hago grandes acciones, pero cuando la gente sabe que hay alguien que ayuda, eso ya conforta. La paz empieza con pequeñas cosas», dice Carmelinda. Una pequeña gran verdad, desde esta esquina de Siria que aún guarda sabor a arepa.
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