De gira con Sanguijuelas del Guadiana por la España vaciada: «Ser músico en Madrid era una putada»

Cuenta Carlos Canelada que hace un par de semanas estaba hablando con su abuela y, de repente, le soltó: «Esto ya es demasiado, Carlos. Me está empezando a dar miedo». Sentado a su lado, con rasta y pendiente en forma de botijo, añade Juan Grande : «El otro día nos cruzamos con ella y nos comentó preocupada: ‘¡Venga, chicos, dejad de dar conciertos y quedaos en el pueblo ya!’». Todos se ríen al recordar a Isabel, y Víctor Arroba replica: «La verdad es que lo de ayer en Zafra fue la locura máxima. Sonó la intro, subimos al escenario y, aunque nos habían advertido, miré al frente y… ¡Uf! El mar de cabezas se perdía en el horizonte. ¡Hostias, te juro que me temblaron las piernas!». La playa de Calicantos, en el corazón de la Siberia extremeña , está completamente vacía cuando el trío empieza a compartir con ABC las batallitas de la noche anterior. Todavía no se lo creen, aunque lo han vivido varias veces desde que, hace cuatro meses, se convirtieron en el mayor fenómeno musical del país en los últimos años. Sus letras, gritos que reivindican la España rural y vaciada, han conectado con la gente de manera asombrosa e inesperada. Tanto que, en los dos días que viajamos con ellos, se les escapan frases como «todo esto es muy raro», «me está costando asimilarlo» y «¡qué fuerte!». Estamos sentados en la escalera de la Ermita de San Isidro, construida en 1960, después de que la anterior, de origen medieval, quedara inundada por las aguas del embalse de Orellana. Es martes y apenas se cruzan dos abuelos. Resulta difícil imaginar que fue aquí, y no en Madrid, donde Sanguijuelas del Guadiana se empeñó en presentar su primer disco, ‘Revolá’ (Infarto Producciones). Eligieron el 15 de mayo, el día que se celebra en esta pequeña playa interior la romería de su pueblo: Casas de Don Pedro . Hubo desfile de carrozas, chiringuitos y autobuses llegados de toda la región para escucharles.Noticia Relacionada estandar Si De farra por Jerez con Los Delinqüentes: «Migue murió con solo 21 años, pero vivió diez vidas, como los genios» Israel Viana«Fue emocionante, la verdad», recuerda Canelada, de 22 años, cantante, guitarrista y compositor principal de la banda. Y eso que no fue nada en comparación con lo que vino después. «Si mi abuela hubiera asistido, entiendo que se hubiera asustado», insiste. Y damos fe. Durante la comida en Zafra antes del concierto, la camarera nos advirtió de que había venido gente de toda Extremadura. Al llegar al recinto, cientos de personas se pegaron al escenario para escuchar la prueba de sonido. Otras esperaban en la escalera para pedirles una foto y ellos se movían de aquí para allá como si no fuera con ellos. La tempestadEn una escena que parecía sacada de ‘Bienvenido, Míster Marshall’, nos percatamos de cómo el teniente alcalde de Zafra y el concejal de Festejos «que los ha traído», nos comenta él mismo sonriendo y orgulloso, se cuelan sin permiso en el escenario para hablar con los músicos. Pedro Atanasio, amigo y tour manager del grupo desde el principio, los frena: «Vale, vale, pero rápido, por favor, que están trabajando. ¡Y nada de fotos!». Los chicos atienden a la autoridad sin rechistar cuando el vocalista de Diván du Don, los teloneros, saluda a Canelada: «¡Niño, menudo pelotazo habéis pegado!». El verano pasado fueron los Sanguijuelas quienes les telonearon en un pueblo cercano. «¡Y míralos ahora!», apunta. En el camerino, Arroba, el bajista de 24 años, entra sorprendido porque acaba de ver a una chica con una foto suya como fondo de pantalla en el móvil. Y mientras el grupo mata el tiempo tarareando ‘En un mercedes blanco’, de Kiko Veneno , cerveza y vino mediante, Atanasio sale para cerrar los últimos detalles. Hace dos años decidió abandonar su trabajo como investigador especializado en Acústica de la Universidad de Extremadura para acompañar a Sanguijuelas en su aventura.La ovación tras el concierto en Zafra ante más de diez mil personas P. O.Sin que los músicos le escuchen, explica: «Con ellos mucha gente se está dando cuenta de lo que hay en el mundo rural y de que pueden volver a sus pueblos a recuperar lo que había antes. Han conseguido remover algo en ese sentido y que la gente piense: ‘A lo mejor nosotros también podemos’. No hablo solo de música, también de otros sectores, como la industria. Ahora gano menos como ingeniero, pero siento que apuesto por la cultura de mi tierra… Se me ponen los pelos de punta». En ese momento, entran diez policías municipales al camerino para escoltarles hasta el escenario. Al terminar la actuación harán lo mismo y pedirán a los Sanguijuelas que, por favor, se hagan una foto con ellos. El trío alucina. Es la segunda vez que les pasa y no se acostumbran. En realidad, todo se desmadró el 8 de agosto, tras su concierto en el festival Sonorama Ribera de Aranda de Duero (Burgos). La banda dejó al público boquiabierto y la Plaza del Trigo se llenó de banderas de Extremadura. De un balcón, incluso, colgaron una pancarta reclamando un tren digno para la comunidad. Al día siguiente, sin esperarlo, vendieron todas las entradas de la fecha que habían anunciado meses antes en La Riviera de Madrid. Añadieron dos fechas más esa semana, y se agotaron rápidamente. Llegada la hora, uno de los agentes informa de que han venido a Zafra unas 10.000 personas para verles, que un centenar de coches sigue dando vueltas en busca de aparcamiento y que hay gente subida al techo de los camiones ante la falta de espacio. A continuación, se desata la locura, con todo el recinto cantando a voz en grito versos como «llevadme a mi Extremaduuuura», «suerte la tuya de poder vivir donde naces», «los domingos de vuelta a las capitales» y «¡te juro que volvereeeeé!».Sanguijuelas del Guadiana, en la Ermita de San Isidro, en Casas de Don Pedro P. O.La calmaLas letras reflejan una realidad que los presentes conocen muy bien y por eso las sienten como propias. Basta abrir los periódicos para encontrarnos noticias como que 158 pueblos de Extremadura están al borde de la desaparición y que 123.000 de sus viviendas están vacías. Una de cada tres. La despoblación rural en su máxima expresión. Es lo que Antonio Machado ya describió en 1912 en su poema ‘La tierra de Alvargonzález’: «En el camposanto de la vieja aldea / los viejos van cayendo uno a uno; / los jóvenes se van y no regresan, / y los pueblos se quedan sin su alma». También lo que cantó Serrat en ‘Pueblo blanco’ (1971): «Por sus callejas de polvo y piedra / por no pasar, no pasó ni la guerra / solo el olvido». Con una diferencia, el cantautor catalán llamaba a la huida y los Sanguijuelas, no. «Nosotros no decimos que la gente tenga que volver al pueblo, porque somos conscientes de las oportunidades. El disco tampoco idealiza la vida aquí, solo contamos lo que vivimos, porque vemos cómo esto se vacía de un día para otro en septiembre. En verano somos veinte y en invierno, cinco. La clave es no educar a los jóvenes en la idea de que tienen que irse sí o sí a los 18 años, como hicimos nosotros sin pensarlo. Era lo que había que hacer. Y que no te vean como un fracasado si te quedas o vuelves después de vivir en Madrid», explica Canelada cuando llegamos a Casas de Don Pedro. Mientras paseamos por las calles de este pueblo de Badajoz de mil habitantes –en 1960 tenía cuatro mil–, casi nadie les para, a diferencia de Zafra. En el bar El Paso, donde se encuentran sin quedar desde que eran adolescentes, Paquito pone unas cañas y les hace alguna broma: «Juan y yo somos los más golfos del grupo». Es como un segundo padre para Canelada, pues le llevaba al colegio de pequeño. Ningún parroquiano más les presta atención. «En este bar no tenemos seguidores», apuntan. Nos cruzamos con su madre, que trabaja en el Ayuntamiento, y visitamos a su abuela Isabel. Vive enfrente de la Ermita de la Virgen de los Remedios y huye de las cámaras. No acaba de acostumbrarse a la creciente popularidad de su nieto y sus amigos, a los que escuchó dar sus primeras notas en la banda municipal, a base de pasodobles y marchas de procesión. Varios amigos se cruzan en bici y saludan con un grito, «¡eeeeh!», sin detenerse. Aquí volvieron tras sobrevivir cuatro años a Madrid, «donde ser músico era una putada», coinciden.Grande empezó pagando 200 euros al mes por una habitación en el barrio de Canillejas, «que era poco para como está hoy la cosa, aunque con ese dinero aquí alquilo una casa ». Poco después le subió a 500 por cinco metros cuadrados. Una «ratonera parecida» le costaba a Canelada 600 euros al mes: «Me sentía impotente y fue una pérdida de tiempo para la música. Aquí podíamos ensayar toda la tarde en la cochera o en la discoteca abandonada del pueblo. En Madrid no podíamos tocar en casa por los compañeros de piso y teníamos que pagar un local por horas, pero si salía algo que nos molaba, nos agobiaba porque solo quedaba media hora y no podíamos pagar una hora más».Este año han recorrido ya con su furgoneta más de 25.000 kilómetros y actuado en setenta municipios de toda España, además de en México. Hace cuatro meses ni habrían soñado con ello. Antes de que acabe esta gira habrán dado más de cien conciertos. Están cerrando el último en «un sitio muy especial» que no quieren revelar. Lo averiguo después, pero prometo no contarlo mientras intentan cazar al «chivato».—Supongo que alguna multinacional de la capital os habrá contactado…— Juan Grande: Bueno, ha habido cosas por ahí [risas], pero tenemos claro que queremos tener el máximo control sobre el grupo. No queremos que nos digan dónde y cuándo tenemos que tocar o hacer entrevistas. Quién sabe, a lo mejor le decimos a Sony, Universal o la que sea que monten una sucursal en Casas de Don Pedro. — Víctor Arroba: No sabíamos ni cómo iba a ir el disco, cualquiera se imagina cómo estaremos en el futuro. — Carlos Canelada: Bueno, con seguir igual que estamos ahora… — J. G.: ¡Tú verás! ¡Cualquiera mantiene esto diez años! [risas]. Cuenta Carlos Canelada que hace un par de semanas estaba hablando con su abuela y, de repente, le soltó: «Esto ya es demasiado, Carlos. Me está empezando a dar miedo». Sentado a su lado, con rasta y pendiente en forma de botijo, añade Juan Grande : «El otro día nos cruzamos con ella y nos comentó preocupada: ‘¡Venga, chicos, dejad de dar conciertos y quedaos en el pueblo ya!’». Todos se ríen al recordar a Isabel, y Víctor Arroba replica: «La verdad es que lo de ayer en Zafra fue la locura máxima. Sonó la intro, subimos al escenario y, aunque nos habían advertido, miré al frente y… ¡Uf! El mar de cabezas se perdía en el horizonte. ¡Hostias, te juro que me temblaron las piernas!». La playa de Calicantos, en el corazón de la Siberia extremeña , está completamente vacía cuando el trío empieza a compartir con ABC las batallitas de la noche anterior. Todavía no se lo creen, aunque lo han vivido varias veces desde que, hace cuatro meses, se convirtieron en el mayor fenómeno musical del país en los últimos años. Sus letras, gritos que reivindican la España rural y vaciada, han conectado con la gente de manera asombrosa e inesperada. Tanto que, en los dos días que viajamos con ellos, se les escapan frases como «todo esto es muy raro», «me está costando asimilarlo» y «¡qué fuerte!». Estamos sentados en la escalera de la Ermita de San Isidro, construida en 1960, después de que la anterior, de origen medieval, quedara inundada por las aguas del embalse de Orellana. Es martes y apenas se cruzan dos abuelos. Resulta difícil imaginar que fue aquí, y no en Madrid, donde Sanguijuelas del Guadiana se empeñó en presentar su primer disco, ‘Revolá’ (Infarto Producciones). Eligieron el 15 de mayo, el día que se celebra en esta pequeña playa interior la romería de su pueblo: Casas de Don Pedro . Hubo desfile de carrozas, chiringuitos y autobuses llegados de toda la región para escucharles.Noticia Relacionada estandar Si De farra por Jerez con Los Delinqüentes: «Migue murió con solo 21 años, pero vivió diez vidas, como los genios» Israel Viana«Fue emocionante, la verdad», recuerda Canelada, de 22 años, cantante, guitarrista y compositor principal de la banda. Y eso que no fue nada en comparación con lo que vino después. «Si mi abuela hubiera asistido, entiendo que se hubiera asustado», insiste. Y damos fe. Durante la comida en Zafra antes del concierto, la camarera nos advirtió de que había venido gente de toda Extremadura. Al llegar al recinto, cientos de personas se pegaron al escenario para escuchar la prueba de sonido. Otras esperaban en la escalera para pedirles una foto y ellos se movían de aquí para allá como si no fuera con ellos. La tempestadEn una escena que parecía sacada de ‘Bienvenido, Míster Marshall’, nos percatamos de cómo el teniente alcalde de Zafra y el concejal de Festejos «que los ha traído», nos comenta él mismo sonriendo y orgulloso, se cuelan sin permiso en el escenario para hablar con los músicos. Pedro Atanasio, amigo y tour manager del grupo desde el principio, los frena: «Vale, vale, pero rápido, por favor, que están trabajando. ¡Y nada de fotos!». Los chicos atienden a la autoridad sin rechistar cuando el vocalista de Diván du Don, los teloneros, saluda a Canelada: «¡Niño, menudo pelotazo habéis pegado!». El verano pasado fueron los Sanguijuelas quienes les telonearon en un pueblo cercano. «¡Y míralos ahora!», apunta. En el camerino, Arroba, el bajista de 24 años, entra sorprendido porque acaba de ver a una chica con una foto suya como fondo de pantalla en el móvil. Y mientras el grupo mata el tiempo tarareando ‘En un mercedes blanco’, de Kiko Veneno , cerveza y vino mediante, Atanasio sale para cerrar los últimos detalles. Hace dos años decidió abandonar su trabajo como investigador especializado en Acústica de la Universidad de Extremadura para acompañar a Sanguijuelas en su aventura.La ovación tras el concierto en Zafra ante más de diez mil personas P. O.Sin que los músicos le escuchen, explica: «Con ellos mucha gente se está dando cuenta de lo que hay en el mundo rural y de que pueden volver a sus pueblos a recuperar lo que había antes. Han conseguido remover algo en ese sentido y que la gente piense: ‘A lo mejor nosotros también podemos’. No hablo solo de música, también de otros sectores, como la industria. Ahora gano menos como ingeniero, pero siento que apuesto por la cultura de mi tierra… Se me ponen los pelos de punta». En ese momento, entran diez policías municipales al camerino para escoltarles hasta el escenario. Al terminar la actuación harán lo mismo y pedirán a los Sanguijuelas que, por favor, se hagan una foto con ellos. El trío alucina. Es la segunda vez que les pasa y no se acostumbran. En realidad, todo se desmadró el 8 de agosto, tras su concierto en el festival Sonorama Ribera de Aranda de Duero (Burgos). La banda dejó al público boquiabierto y la Plaza del Trigo se llenó de banderas de Extremadura. De un balcón, incluso, colgaron una pancarta reclamando un tren digno para la comunidad. Al día siguiente, sin esperarlo, vendieron todas las entradas de la fecha que habían anunciado meses antes en La Riviera de Madrid. Añadieron dos fechas más esa semana, y se agotaron rápidamente. Llegada la hora, uno de los agentes informa de que han venido a Zafra unas 10.000 personas para verles, que un centenar de coches sigue dando vueltas en busca de aparcamiento y que hay gente subida al techo de los camiones ante la falta de espacio. A continuación, se desata la locura, con todo el recinto cantando a voz en grito versos como «llevadme a mi Extremaduuuura», «suerte la tuya de poder vivir donde naces», «los domingos de vuelta a las capitales» y «¡te juro que volvereeeeé!».Sanguijuelas del Guadiana, en la Ermita de San Isidro, en Casas de Don Pedro P. O.La calmaLas letras reflejan una realidad que los presentes conocen muy bien y por eso las sienten como propias. Basta abrir los periódicos para encontrarnos noticias como que 158 pueblos de Extremadura están al borde de la desaparición y que 123.000 de sus viviendas están vacías. Una de cada tres. La despoblación rural en su máxima expresión. Es lo que Antonio Machado ya describió en 1912 en su poema ‘La tierra de Alvargonzález’: «En el camposanto de la vieja aldea / los viejos van cayendo uno a uno; / los jóvenes se van y no regresan, / y los pueblos se quedan sin su alma». También lo que cantó Serrat en ‘Pueblo blanco’ (1971): «Por sus callejas de polvo y piedra / por no pasar, no pasó ni la guerra / solo el olvido». Con una diferencia, el cantautor catalán llamaba a la huida y los Sanguijuelas, no. «Nosotros no decimos que la gente tenga que volver al pueblo, porque somos conscientes de las oportunidades. El disco tampoco idealiza la vida aquí, solo contamos lo que vivimos, porque vemos cómo esto se vacía de un día para otro en septiembre. En verano somos veinte y en invierno, cinco. La clave es no educar a los jóvenes en la idea de que tienen que irse sí o sí a los 18 años, como hicimos nosotros sin pensarlo. Era lo que había que hacer. Y que no te vean como un fracasado si te quedas o vuelves después de vivir en Madrid», explica Canelada cuando llegamos a Casas de Don Pedro. Mientras paseamos por las calles de este pueblo de Badajoz de mil habitantes –en 1960 tenía cuatro mil–, casi nadie les para, a diferencia de Zafra. En el bar El Paso, donde se encuentran sin quedar desde que eran adolescentes, Paquito pone unas cañas y les hace alguna broma: «Juan y yo somos los más golfos del grupo». Es como un segundo padre para Canelada, pues le llevaba al colegio de pequeño. Ningún parroquiano más les presta atención. «En este bar no tenemos seguidores», apuntan. Nos cruzamos con su madre, que trabaja en el Ayuntamiento, y visitamos a su abuela Isabel. Vive enfrente de la Ermita de la Virgen de los Remedios y huye de las cámaras. No acaba de acostumbrarse a la creciente popularidad de su nieto y sus amigos, a los que escuchó dar sus primeras notas en la banda municipal, a base de pasodobles y marchas de procesión. Varios amigos se cruzan en bici y saludan con un grito, «¡eeeeh!», sin detenerse. Aquí volvieron tras sobrevivir cuatro años a Madrid, «donde ser músico era una putada», coinciden.Grande empezó pagando 200 euros al mes por una habitación en el barrio de Canillejas, «que era poco para como está hoy la cosa, aunque con ese dinero aquí alquilo una casa ». Poco después le subió a 500 por cinco metros cuadrados. Una «ratonera parecida» le costaba a Canelada 600 euros al mes: «Me sentía impotente y fue una pérdida de tiempo para la música. Aquí podíamos ensayar toda la tarde en la cochera o en la discoteca abandonada del pueblo. En Madrid no podíamos tocar en casa por los compañeros de piso y teníamos que pagar un local por horas, pero si salía algo que nos molaba, nos agobiaba porque solo quedaba media hora y no podíamos pagar una hora más».Este año han recorrido ya con su furgoneta más de 25.000 kilómetros y actuado en setenta municipios de toda España, además de en México. Hace cuatro meses ni habrían soñado con ello. Antes de que acabe esta gira habrán dado más de cien conciertos. Están cerrando el último en «un sitio muy especial» que no quieren revelar. Lo averiguo después, pero prometo no contarlo mientras intentan cazar al «chivato».—Supongo que alguna multinacional de la capital os habrá contactado…— Juan Grande: Bueno, ha habido cosas por ahí [risas], pero tenemos claro que queremos tener el máximo control sobre el grupo. No queremos que nos digan dónde y cuándo tenemos que tocar o hacer entrevistas. Quién sabe, a lo mejor le decimos a Sony, Universal o la que sea que monten una sucursal en Casas de Don Pedro. — Víctor Arroba: No sabíamos ni cómo iba a ir el disco, cualquiera se imagina cómo estaremos en el futuro. — Carlos Canelada: Bueno, con seguir igual que estamos ahora… — J. G.: ¡Tú verás! ¡Cualquiera mantiene esto diez años! [risas].  RSS de noticias de cultura

Cuenta Carlos Canelada que hace un par de semanas estaba hablando con su abuela y, de repente, le soltó: «Esto ya es demasiado, Carlos. Me está empezando a dar miedo». Sentado a su lado, con rasta y pendiente en forma de botijo, añade Juan Grande: «El otro día nos cruzamos con ella y nos comentó preocupada: ‘¡Venga, chicos, dejad de dar conciertos y quedaos en el pueblo ya!’». Todos se ríen al recordar a Isabel, y Víctor Arroba replica: «La verdad es que lo de ayer en Zafra fue la locura máxima. Sonó la intro, subimos al escenario y, aunque nos habían advertido, miré al frente y… ¡Uf! El mar de cabezas se perdía en el horizonte. ¡Hostias, te juro que me temblaron las piernas!».

La playa de Calicantos, en el corazón de la Siberia extremeña, está completamente vacía cuando el trío empieza a compartir con ABC las batallitas de la noche anterior. Todavía no se lo creen, aunque lo han vivido varias veces desde que, hace cuatro meses, se convirtieron en el mayor fenómeno musical del país en los últimos años. Sus letras, gritos que reivindican la España rural y vaciada, han conectado con la gente de manera asombrosa e inesperada. Tanto que, en los dos días que viajamos con ellos, se les escapan frases como «todo esto es muy raro», «me está costando asimilarlo» y «¡qué fuerte!».

Estamos sentados en la escalera de la Ermita de San Isidro, construida en 1960, después de que la anterior, de origen medieval, quedara inundada por las aguas del embalse de Orellana. Es martes y apenas se cruzan dos abuelos. Resulta difícil imaginar que fue aquí, y no en Madrid, donde Sanguijuelas del Guadiana se empeñó en presentar su primer disco, ‘Revolá’ (Infarto Producciones). Eligieron el 15 de mayo, el día que se celebra en esta pequeña playa interior la romería de su pueblo: Casas de Don Pedro. Hubo desfile de carrozas, chiringuitos y autobuses llegados de toda la región para escucharles.

«Fue emocionante, la verdad», recuerda Canelada, de 22 años, cantante, guitarrista y compositor principal de la banda. Y eso que no fue nada en comparación con lo que vino después. «Si mi abuela hubiera asistido, entiendo que se hubiera asustado», insiste. Y damos fe. Durante la comida en Zafra antes del concierto, la camarera nos advirtió de que había venido gente de toda Extremadura. Al llegar al recinto, cientos de personas se pegaron al escenario para escuchar la prueba de sonido. Otras esperaban en la escalera para pedirles una foto y ellos se movían de aquí para allá como si no fuera con ellos.

La tempestad

En una escena que parecía sacada de ‘Bienvenido, Míster Marshall’, nos percatamos de cómo el teniente alcalde de Zafra y el concejal de Festejos «que los ha traído», nos comenta él mismo sonriendo y orgulloso, se cuelan sin permiso en el escenario para hablar con los músicos. Pedro Atanasio, amigo y tour manager del grupo desde el principio, los frena: «Vale, vale, pero rápido, por favor, que están trabajando. ¡Y nada de fotos!». Los chicos atienden a la autoridad sin rechistar cuando el vocalista de Diván du Don, los teloneros, saluda a Canelada: «¡Niño, menudo pelotazo habéis pegado!». El verano pasado fueron los Sanguijuelas quienes les telonearon en un pueblo cercano. «¡Y míralos ahora!», apunta.

En el camerino, Arroba, el bajista de 24 años, entra sorprendido porque acaba de ver a una chica con una foto suya como fondo de pantalla en el móvil. Y mientras el grupo mata el tiempo tarareando ‘En un mercedes blanco’, de Kiko Veneno, cerveza y vino mediante, Atanasio sale para cerrar los últimos detalles. Hace dos años decidió abandonar su trabajo como investigador especializado en Acústica de la Universidad de Extremadura para acompañar a Sanguijuelas en su aventura.

La ovación tras el concierto en Zafra ante más de diez mil personas
P. O.

Sin que los músicos le escuchen, explica: «Con ellos mucha gente se está dando cuenta de lo que hay en el mundo rural y de que pueden volver a sus pueblos a recuperar lo que había antes. Han conseguido remover algo en ese sentido y que la gente piense: ‘A lo mejor nosotros también podemos’. No hablo solo de música, también de otros sectores, como la industria. Ahora gano menos como ingeniero, pero siento que apuesto por la cultura de mi tierra… Se me ponen los pelos de punta».

En ese momento, entran diez policías municipales al camerino para escoltarles hasta el escenario. Al terminar la actuación harán lo mismo y pedirán a los Sanguijuelas que, por favor, se hagan una foto con ellos. El trío alucina. Es la segunda vez que les pasa y no se acostumbran. En realidad, todo se desmadró el 8 de agosto, tras su concierto en el festival Sonorama Ribera de Aranda de Duero (Burgos). La banda dejó al público boquiabierto y la Plaza del Trigo se llenó de banderas de Extremadura. De un balcón, incluso, colgaron una pancarta reclamando un tren digno para la comunidad. Al día siguiente, sin esperarlo, vendieron todas las entradas de la fecha que habían anunciado meses antes en La Riviera de Madrid. Añadieron dos fechas más esa semana, y se agotaron rápidamente.

Llegada la hora, uno de los agentes informa de que han venido a Zafra unas 10.000 personas para verles, que un centenar de coches sigue dando vueltas en busca de aparcamiento y que hay gente subida al techo de los camiones ante la falta de espacio. A continuación, se desata la locura, con todo el recinto cantando a voz en grito versos como «llevadme a mi Extremaduuuura», «suerte la tuya de poder vivir donde naces», «los domingos de vuelta a las capitales» y «¡te juro que volvereeeeé!».

Sanguijuelas del Guadiana, en la Ermita de San Isidro, en Casas de Don Pedro
P. O.

La calma

Las letras reflejan una realidad que los presentes conocen muy bien y por eso las sienten como propias. Basta abrir los periódicos para encontrarnos noticias como que 158 pueblos de Extremadura están al borde de la desaparición y que 123.000 de sus viviendas están vacías. Una de cada tres. La despoblación rural en su máxima expresión. Es lo que Antonio Machado ya describió en 1912 en su poema ‘La tierra de Alvargonzález’: «En el camposanto de la vieja aldea / los viejos van cayendo uno a uno; / los jóvenes se van y no regresan, / y los pueblos se quedan sin su alma». También lo que cantó Serrat en ‘Pueblo blanco’ (1971): «Por sus callejas de polvo y piedra / por no pasar, no pasó ni la guerra / solo el olvido». Con una diferencia, el cantautor catalán llamaba a la huida y los Sanguijuelas, no.

«Nosotros no decimos que la gente tenga que volver al pueblo, porque somos conscientes de las oportunidades. El disco tampoco idealiza la vida aquí, solo contamos lo que vivimos, porque vemos cómo esto se vacía de un día para otro en septiembre. En verano somos veinte y en invierno, cinco. La clave es no educar a los jóvenes en la idea de que tienen que irse sí o sí a los 18 años, como hicimos nosotros sin pensarlo. Era lo que había que hacer. Y que no te vean como un fracasado si te quedas o vuelves después de vivir en Madrid», explica Canelada cuando llegamos a Casas de Don Pedro.

Mientras paseamos por las calles de este pueblo de Badajoz de mil habitantes –en 1960 tenía cuatro mil–, casi nadie les para, a diferencia de Zafra. En el bar El Paso, donde se encuentran sin quedar desde que eran adolescentes, Paquito pone unas cañas y les hace alguna broma: «Juan y yo somos los más golfos del grupo». Es como un segundo padre para Canelada, pues le llevaba al colegio de pequeño. Ningún parroquiano más les presta atención. «En este bar no tenemos seguidores», apuntan.

Nos cruzamos con su madre, que trabaja en el Ayuntamiento, y visitamos a su abuela Isabel. Vive enfrente de la Ermita de la Virgen de los Remedios y huye de las cámaras. No acaba de acostumbrarse a la creciente popularidad de su nieto y sus amigos, a los que escuchó dar sus primeras notas en la banda municipal, a base de pasodobles y marchas de procesión. Varios amigos se cruzan en bici y saludan con un grito, «¡eeeeh!», sin detenerse. Aquí volvieron tras sobrevivir cuatro años a Madrid, «donde ser músico era una putada», coinciden.

Grande empezó pagando 200 euros al mes por una habitación en el barrio de Canillejas, «que era poco para como está hoy la cosa, aunque con ese dinero aquí alquilo una casa». Poco después le subió a 500 por cinco metros cuadrados. Una «ratonera parecida» le costaba a Canelada 600 euros al mes: «Me sentía impotente y fue una pérdida de tiempo para la música. Aquí podíamos ensayar toda la tarde en la cochera o en la discoteca abandonada del pueblo. En Madrid no podíamos tocar en casa por los compañeros de piso y teníamos que pagar un local por horas, pero si salía algo que nos molaba, nos agobiaba porque solo quedaba media hora y no podíamos pagar una hora más».

Este año han recorrido ya con su furgoneta más de 25.000 kilómetros y actuado en setenta municipios de toda España, además de en México. Hace cuatro meses ni habrían soñado con ello. Antes de que acabe esta gira habrán dado más de cien conciertos. Están cerrando el último en «un sitio muy especial» que no quieren revelar. Lo averiguo después, pero prometo no contarlo mientras intentan cazar al «chivato».

—Supongo que alguna multinacional de la capital os habrá contactado…

Juan Grande: Bueno, ha habido cosas por ahí [risas], pero tenemos claro que queremos tener el máximo control sobre el grupo. No queremos que nos digan dónde y cuándo tenemos que tocar o hacer entrevistas. Quién sabe, a lo mejor le decimos a Sony, Universal o la que sea que monten una sucursal en Casas de Don Pedro.

Víctor Arroba: No sabíamos ni cómo iba a ir el disco, cualquiera se imagina cómo estaremos en el futuro.

Carlos Canelada: Bueno, con seguir igual que estamos ahora…

J. G.: ¡Tú verás! ¡Cualquiera mantiene esto diez años! [risas].

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